“Utilizamos diferentes rutas para sobrevivir y llegar a salvo”
Jork tiene 42 años, vive en el asentamiento de Mireyi. Llegó a Adjumani en 2013 procedente de Jonglei, región del Alto Nilo en Sudán del Sur, cuando su comunidad fue atacada. Sufre una cojera extrema que le generó muchas dificultades adicionales en su huida a Uganda.
“En Uganda nunca se oye el ruido de las armas como en Sudán del Sur, pero ahora lo que nos está matando es no tener mayores ingresos. La comida no es fácil de conseguir”.

Para Jork una de las mayores dificultades de vivir en el asentamiento son las largas distancias que debe recorrer. Como le cuesta caminar, necesitaría tener un vehículo propio para desplazarse, pero, como no tiene, siempre depende de la voluntad de otras personas que le lleven o le puedan prestar uno.
Por suerte, los asentamientos usualmente disponen de los servicios esenciales y cubren muchas de sus necesidades: escuelas, centros de salud, iglesias, campos deportivos, mercados, y centros comunitarios. Estos centros desempeñan un papel importante ya que, en cierta medida, ofrecen protección a las comunidades desplazadas, particularmente a las personas más vulnerables como él.
Cuando llegó a Adjumani, tal y como establece la política de asilo de Uganda, le asignaron una parcela de 30 por 30 metros para que se construyera una casa y cultivara el suelo. El problema es que con 13 hijos que mantener, tanto las ayudas cómo los alimentos que recibe resultan escasos para Jork.