"Las personas refugiadas han traído muchos beneficios a la comunidad”
Iranya Geofrey tiene 42 años y es originario de Adjumani. Vive en el asentamiento de Elema y es un gran amante de la música góspel desde su infancia. Cuando va a la Iglesia toca el piano para acompañar los sermones porque, como él mismo dice, le da esperanza y le conecta con su espiritualidad.
“Hay algunos asentamientos en los que ha habido enfrentamientos, sobre todo por las restricciones de circulación, pero en la mayoría de los lugares hay coexistencia pacífica. Al compartir los recursos y los servicios, tanto refugiados cómo locales estamos aprendiendo a convivir”
Geoffrey se siente muy vinculado a su comunidad. A pesar de la pobreza y las dificultades con las que viven, valora mucho los cambios positivos que se están logrando poco a poco en el distrito. Cree que, en los últimos años, se ha avivado la participación de la población en los espacios de toma de decisiones y se han puesto en marcha diversos organismos comunitarios muy positivos para la población, como los comités de gestión de ayuda alimentaria, agua y saneamiento, así como los de gestión de conflictos. Esto, sin duda, ha mejorado las relaciones y ha fortalecido el sentimiento de comunidad entre las personas autóctonas y refugiadas.
“La mayoría de los cambios han sido en sanidad, educación y medio ambiente. Se han construido escuelas, centros de salud y espacios para que las mujeres y los jóvenes interactúen de forma constructivas”.
Debido a las condiciones de extrema pobreza de la zona, las ongd y agencias internacionales que intervienen en el distrito incluyen en sus estrategias de desarrollo comunitario tanto a la población refugiada como a la autóctona. De esta manera, toda la comunidad se beneficia de las mejoras en el acceso a recursos y servicios.
Hay que tener en cuenta que, en la actualidad, casi la mitad de la población que vive en Adjumani es refugiada. Esta llegada masiva en los últimos años ha provocado una rápida adaptación del entorno a las nuevas circunstancias. En general, esta adaptación se ha producido de manera muy positiva con la promoción de importantes mejoras en los servicios comunitarios y en la creación de empleo local que han contribuido, como explica Geoffrey, al bienestar de la población local y a la rápida integración de la población refugiada.
“Lo animales son una fuente de conflicto porque se extravían y pasan de la tierra de los refugiados a la de los locales, o viceversa, y acaban destruyendo los cultivos”
Sin embargo, esta masificación y el uso abusivo de cocinas de carbón o leña, está influyendo en la rápida degradación del medio ambiente, sobre todo por la producción no sostenible de carbón vegetal y madera, que está desertificando los bosques y propaga grandes emisiones de carbono a la atmósfera.
Así mismo, la política de reparto de tierras a las familias desplazadas, ha hecho que las tierras para el pasto sean escasas en el territorio y que los animales, en algunas ocasiones, entren a pastar a las huertas familiares, avivando de esta manera conflictos vecinales.
Por eso, ha sido un paso clave la creación de los comités para la gestión comunitaria, donde líderes y lideresas de las propias comunidades están resolviendo conflictos, mediando entre la población y trabajando por la convivencia.
“Cada día hay más matrimonios mixtos y, aunque la mayoría de las personas refugiadas desean volver a su país, las que establecen lazos familiares con locales, normalmente se asientan definitivamente en el territorio”
Geoffrey, al igual que muchos otros pobladores nativos, tiene muchas amistades y vecindario de personas refugiadas provenientes de Sudán del Sur, a quienes estima y respeta. Comparten ocio y vida comunitaria, como en cualquier otra comunidad de vecinos, por lo que cuando algunas personas se marchan, se entristece bastante.